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Casa de Muñecas. Ochandiano.Marsó. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por José R. Díaz Sande   
Lunes, 02 de Mayo de 2011 11:46

CASA DE MUÑECAS

MÁS ALLÁ DE LA LIBERTAD DE NORA

 

 
 SILVIA MARSÓ / ROBERTO ÁLVAREZ
FOTO: PRODUCTORA

A Casa de muñecas se suele volver una y otra vez. En estos últimos años se ha prodigado versiones más allá de la simple adaptación. Pará más información ver www.madridteatro.net

 

Henrik Ibsen con Casa de Muñecas obtuvo una gran popularidad como dramaturgo universal. Popularidad por sus dos polos: los que lo denigraban debido a que atacaba los cimientos de la vida familiar, basados en la “esposa” como “alma del hogar”, y por los que veían en esa Nora, el futuro de la mujer, más allá del hogar.

 

Desde aquel anuncio profético de Ibsen, han tenido que pasar muchos años para que la “mujer” siga “dando portazos” y supere la claustrofobia del hogar tradicional. Estos años de lucha le han concedió un puesto en el mundo laboral, en el político y en el decidir acerca de su vida sin tener que depender o pedir permiso al “hombre”. También es verdad que no todo es “oro lo que reluce”, pues, salvo en cierto sector profesional de alto poder adquisitivo, laboralmente la mujer sigue en un escalón inferior: a las mismas horas y el mismo trabajo, la nómina es inferior; la exigencia biológica del embarazo la sitúa en la “duda” a la hora de  contratarla; en la escandalosa “violencia de género”, lleva la peor parte, y el mundo monacal femenino está a años luz de poder participar de la libertad e incluso de la justicia. Y si llegamos a las parejas más evolucionadas y concienciadas en esto de la igualdad de sexos para caminar por al vida, la “mujer” sigue siendo la que carga con la mayoría de las tareas del hogar.

 

Nora de Casa de Muñecas ha sido uno de los arranques del movimiento hacia la liberación de los “corsés femeninos” y hacia el abandono de la familia patriarcal, al menos en el mundo occidental que se ha aposentado en el salón de la democracia.

 

La historia que nos cuenta Ibsen, a estas alturas, es de sobras conocida. Nora es feliz con su marido Helmer  que le colma de cariños y regalos. Vive en una nube de felicidad, hasta que el entorno de los que le rodean y un antiguo compromiso económico le desvela la realidad y le obliga a tomar decisiones. Descubre que no es más que una “muñequita”, al que su marido viste y desviste a su antojo  y la colma de agasajos, con tal de que no se rebele.

 

Amelia Ochandiano – lleva un año de trabajo inagotable como directora – se ha decidido a dirigir a Silvia Marsó en esta Nora de 2010/11.  Tras un año de gira ha llegado al Teatro Fernán Gómez, con un reparto nada desdeñable. Entre ellos el bien probado Pep Muné. De entrada tiene buena pinta y, en conjunto, no defrauda.

 

Amelia ha definido Casa de Muñecas como un “cuento de terror”. Su base la encuentra en la “intriga” que se cierne sobre Nora: el chantaje al que es sometida, el sentirse enjaulada en su casa ante la actitud de su marido. También ha optado por ampliar el sentido original de la obra de Ibsen. Estamos acostumbrados al “famoso portazo” de Nora, en off, al abandonar casa y marido. Tal portazo se ha convertido en símbolo: romper con el pasado y comenzar una nueva vida. Es también un portazo universal: el del cambio de la sociedad con respecto a la posición de la mujer. En la versión que nos ocupa, Nora deja la puerta abierta – la vemos a través de una transparencia – y sale. Helmer – como en el original – se queda solo mascullando su desconcierto. Plásticamente se retoriza este abandono con la caída del árbol de Navidad que Helmer no consigue poner en pie, tras varios intentos. Amelia parece querer decirnos que ya no es posible volver a la calidez del hogar de antes.

 

Según declaraciones de Amelia al sustituir el “portazo” por la “puerta abierta”, quiere ampliar el concepto de libertad hacia el que camina Nora. Tal necesidad de liberarse se extiende a todo “ser humano” y por lo tanto la invitación de Helmer que abra sus horizontes y salga de su envaramiento. Esta interpretación nueva no molesta y puede ser un acertado avance en la lectura del texto original. Me temo que ello no estaba en la mente de Ibsen, más condicionado por el entorno cultural. A Ibsen le interesaba más denunciar la situación de Nora y proponer una solución. Helmer le interesa menos, tal vez porque es muy difícil su cambio. El tiempo le ha dado la razón y el hombre, en general, sigue sin entender las decisiones libres de la mujer. De todos modos la propuesta de Amelia es válida y un avance, puesto que apunta un tema central: la decisión solipsista de Nora no puede avanzar si el “hombre” no avanza con ella. Otro tema es si el espectador sabe interpretar esta nueva dimensión.

 

Tras un brillante arranque musical – Amelia dirige el Teatro de la Danza, habituado a la música y la danza -, que nos sitúa agradable y rápidamente en la situación de bienestar y bonanza, comienza la acción a la que asistimos con agrado. Pasado un tiempo cierta lentitud y demora se apodera del desarrollo dramático, sin que ello suponga que no hay momentos buenos e incluso brillantes. ¿Dónde está la causa en un montaje que cuenta con actores y una dirección, más que probados en otras lides?

 

La respuesta parece encontrarse en que se ha respetado demasiado el texto a nivel de literalidad. Necesitaría ser agilizado e incluso revisarlo a nivel de ciertos términos. Entre ellos “mi alondra” y demás términos cariñosos que Helmer utiliza para con Nora y que están en el original. Hoy día restallan. Podrían traducirse por términos cariñosos usados hoy en día y diversos en cada cultura. También hay expresiones verbales de temor en Nora que sobran. Otras veces el texto es demasiado explicativo y reiterativo. Todo ello hace que la obra se alargue en extremo – ciertos cortes no vendrían mal - y le dé cierto olor a  naftalina.

 

Amelia ha hablado de “cuento de terror” y lo intenta transmitir a través de la iluminación mediante franjas oscuras y la proyección de sombras agigantadas de los personajes. Añade la estantería de pájaros disecados – una casa sin vida – y, posiblemente, guiño a la película Psicosis de Hitchcock. La iluminación es exquisita, pero se entiende menos el uso a lo largo del desarrollo. Salvo las paredes manchadas de sombras, el resto de la escena está brillantemente iluminada que choca con el traer y llevar de quinqués. Visto el concepto de “terror” y el uso de los quinqués, ¿no hubiera sido mejor una iluminación por manchas?

 

En este montaje Nora y familia acaban de mudarse a una casa nueva. Por lo tanto está llena de cajas y las paredes limpias. Es una escenografía de un bello minimalismo. También es un ardid inteligente para la posibilidad de proyecciones y transparencias, sobre todo la del final de la puerta abierta, y la comodidad de poder transportarla en gira.

 

Otro tema con el que juega Ibsen son los hijos pequeños de Nora y Helmer. Construye una escena familiar y entrañable que muestra el amor y la alegría.  Esta escena, que es muy expresiva, es incordiante pues supone contar con niños y todo se problematiza si hay que ir en gira. Por eso muchas versiones la eliminan. Amelia ha encontrado la solución. Acudir a la proyección de las sombras de Nora y los niños y con voz en off. No añade nada y está muy lejos de crear la entrañable atmósfera familiar.

 

Silvia Marsó (Nora), Roberto Álvarez (Helmer) y Pep Muné (Krogstad) en los principales papeles encarnan con veracidad sus personajes, pero no deja de pesar sobre ellos cierta artificialidad, debido al propio texto, que como ya he dicho necesita de una revisión. Con todo quienes más lo sufren son Roberto Álvarez y Pep Muné. Roberto Álvarez, imagino, por tener que luchar con expresiones artificiosas. Pep Muné por la obediencia al “cuento de terror” que ha concebido Amelia. Desde el principio aparece, a través de su gigantesca sombra, envarado y como el malvado. Es como esas películas de terror en las que la música nos va asustando. De eso, gracias a Dios, se libera en la segunda parte cuando profesa su amor hacia la señora Linde, una convincente  Rosa Manteiga.

 

Esta Casa de Muñecas de bella escenografía y con aciertos, podría ser más breve y revisar el ritmo. El tiempo de Ibsen no es el nuestro.

 

Título: Casa de muñecas
Autor: Henrik Ibsen

Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda

Iluminación: Felipe Ramos

Vestuario: María Luisa Engel

Imágenes y vídeo: Álvaro Luna

Diseño sonoro: Mariano Marín

Diseño gráfico y fotografías: Jesús Vallinas

Peluquería y maquillaje: Chema Noci

Sonido directo y vídeo: Mariano García

Ayudante de producción: Ionel Pena

Producción ejecutiva: Asunción Ruiz Villén

Producción: Teatro de la Danza de Madrid S.L. y Entrecajas Producciones Teatrales S.L.

Dirección de producción: Chusa Martín

Ayudante de dirección: Cris Lozoya

Intérpretes: Silvia Marsó (Nora), Roberto Álvarez (Helmer), Rosa Manteiga (Señora Linde), Pedro Miguel Martínez (Dr. Rank), Pep Munné (Krogstad), Mamen Godoy (Elena), Cuca Villén (Ana María), Ionel (Pena Mozo)       

Dirección: Amelia Ochandiano

Duración: 2 horas

Estreno en Madrid: Teatro Fernán Gómez, 7 – IV – 2011

 
 ROSA MANTEIGA /SILVIA MARSO
FOTO: PRODUCTORA
 
 PEDRO MIGUEL MARTÍNEZ /SILVIA MARSÓ
FOTO: JESÚS VALLINAS

 

 


José Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande


TEATRO FERNÁN GÓMEZ
Directora: Mora Apreda
Sala II
Aforo: 316
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Última actualización el Martes, 26 de Julio de 2011 11:02
 
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