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La discreta enamorada. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Luis J. Álvarez Garrido.   
Miércoles, 28 de Abril de 2010 19:05
LA DISCRETA ENAMORADA
INDISCRETA POLÍTICA Y SEXUAL

[2005-07-20]

Tambascio ha colocado esta obra clásica en la prueba de la transposición temporal, escogiendo como escenario las primeras décadas del franquismo (cosa no nueva en este director).

LA DISCRETA ENAMORADA
INDISCRETA POLÍTICA Y SEXUAL

Título: “La discreta enamorada”.
Autor: Lope de Vega.
Versión: Gustavo Tambascio.
Producción: Libélula.
Intérpretes: Marta Juániz (Fenisa), Trinidad Iglesias (Belisa), Guillermo Amaya (Lucindo), Emilio Gavira (Capitán), Paco Déniz (Hernando), Natalia Hernández (Gerarda), Ancor Luján (Finardo) y David Teureiro (Doristeo).
Dirección: Gustavo Tambascio.
Estreno en Madrid: Teatro Infanta Isabel, 1-VI-2005

Tambascio ha colocado esta obra clásica en la prueba de la transposición temporal, escogiendo como escenario las primeras décadas del franquismo (cosa no nueva en este director). ¿Habrá logrado así iluminar la actualidad con un Lope que resista al tiempo? ¿Consiguió sacar brillo a la obra promoviendo nuevos sentidos al contacto con unas referencias históricas no previstas por el “fénix de los ingenios”? ¿O simplemente Lope ha sido un estímulo creativo para rehacer una obra sustancialmente distinta?

Fácilmente se encuentra respuesta a estas preguntas desde los primeros minutos de comedia, en particular por el descarado sesgo político que despliega. La versión representada aspira a convertir en clásicas las caricaturas izquierdistas de personajes de la España de los 50 a fuerza tal vez de repetición. Engrosa el número de obras escénicas que explotan el tópico social y político del franquismo, perpetuando en la memoria unos contenidos y unas formas de recordar cuajadas de melancolía y resentimiento. Insta por la vía de la burla a una exorcización de los que les tocó en suerte formar parte de una sociedad por la que se vieron maltratados, y así despelleja con fruición a la España facciosa, castrense, mojigata y de pandereta, unida toda en el fondo por el impulso erótico reprimido y desbocado. Sin embargo, más que prevenir tales esperpentos mediante su tosca ridiculización, es tal el maniqueísmo que destila el dibujo de los personajes que se desvirtúa toda su intención crítica. Su apuesta por hipostasiar símbolos negativos sobre los que columpiarse y apoyar gran parte del humor reconocible en la obra provocó mi compasión por Lope de Vega, el teatro clásico y el teatro en general. Envolver a Lope contra el franquismo ha sido en esta versión una torpe gracia vuelta en chirigota política.

No obstante, por salvar lo clásico, hay una pasión eterna dibujada con claridad e interpretada con vigor: el ansia de placer sexual, ansia obsesiva que recome a todos los personajes casi sin excepción. Toda la obra ha sido engullida por un periódico sofocón, motor definitivo de todos los encuentros y desencuentros, juego oscilante entre la represión y el descontrol ciego y “liberador”. Pero en esto mismo defrauda sobremanera, por monopolizar el conjunto de la obra hasta asfixiarla. Los matices lopescos del amor que requiebra y conquista, que ofrece alegría y desdén, celos y consuelo, se ven disminuidos por un hambre voraz y acelerador del cual fueran mera cubierta o escaparate, trámite de formas y artimañas varias. La versión de esta “indiscretísima abrasada de pasión carnal” ha elegido interpretar todo el amor


EMILIO GAVIRIA
desde la fuerza del instinto reprimido, convirtiendo el eros hecho verso en doble lenguaje. Consigue así aportar cierta comicidad escénica a un texto disminuido de sentido propio y de belleza, transformado en envoltorio sonoro y rápido de una acción alocada y en máscara bufonesca de un propósito bien simple. El humor se resiente una y otra vez de gestos ordinarios y facilones. Lo pícaro, lo bufonesco y hasta lo obsceno se lo comen todo buscando la media carcajada fácil y glotona de un público que debiera saturarse con antelación. Me temo que cuando se renuncia a conmover con la palabra se hacen necesarias descargas periódicas de hormonas que inmuten al respetable.

Pero vayamos más allá si nos es dado. ¿Qué habrá querido entonces aportar esta versión de La discreta enamorada, qué habrá querido decirnos como versión independiente de un remoto Lope en lo tocante a “amores”? Si sólo se limitara a denunciar las cojeras de una sociedad pasada, que a fuerza de reprimir ha enfermado de obsesión, poco enganche tendría con nuestra propia actualidad, nos situaríamos en el mismo registro de la utilización política un tanto fatigante y estéril. Y sin embargo puede que sea un reflejo de la obsesión de una sociedad que es todavía la nuestra, y no menos ansiosa por menos reprimida. Puede que sea el lugar donde todos los personajes coinciden y se ven reconciliados, pulverizando distancias ideológicas desde las tripas: en definitiva los hombres seguirán siendo agitados y desconcertados por la pasión sexual, capaz de transformarse en puentes de unión entre quienes más lejos se presumen.

Merece llamar la atención sobre el papel femenino de Fenisa, cuya sorprendente y cómica iniciativa amorosa en Lope aparezca tal vez en esta versión algo masculinizada y sometida al deseo agradecido del varón. El novedoso papel director de la mujer retratado por el dramaturgo clásico, se vuelve en esta obra paralelo superlativo del deseo masculino, recibido por éste con alborozo. Y sospecho que lo presentado como liberación sexual de ambos no sea sino una versión empobrecedora y actual de la feminidad. Sin duda que ellas son presentadas más desquiciadas que ellos en este juego de escape de toda represión (acaso por padecerla más).

Estos dos nervios, el político y el sexual, mueven el alma de la versión de Tambascio. Para su puesta en escena cuenta con una decoración suficiente y con unos actores capaces de expresar con sus cuerpos, de moverse bien y hasta de cantar, mucho más y mejor que de recitar el verso. Pero a la vista de lo expuesto no parece que el director lo necesitara demasiado.

Encuentro a Natalia Hernández especialmente a gusto y desenvuelta en su papel de Gerarda, estupenda y de lo más destacable en declamación, junto con su pareja Ancor Luján (en el papel de Finardo), caricatura arquetípica de chulo faccioso. Otro ritmo en el papel de Fenisa, interpretado por Marta Juániz, seguramente hubiera cambiado el sentido de la obra, pero habría contribuido a que se percibiera la belleza de su parlamento. Hernando (Paco Déniz), al principio desconcertante, por cuanto un legionario parece dar el perfil de pícaro burdo mejor que el de consejero en amores, va ganando en convicción según avanza la obra, y su acento del sur es el más inteligible de todos. Pero Lucindo (Guillermo Amaya), en cambio, va demostrando que el verso le incordia demasiado.

En general, si la mitad de los versos se pierden por declamación inapropiada, acelerada, confusa y de volumen escaso, con el empeño añadido de mantener un acento andaluz arduo para oídos más septentrionales y desentrenados, pronto se da uno cuenta que se oculta una rendición lamentable: el texto importaba poco en esta obra, el verso de Lope sirvió de ronroneo sonoro, cantarín y acelerado de una acción loca y visual. Lo que se estuviera diciendo resultaba secundario, las gracias solían venir por otro lado, y no se apreciaba intención de detenerse a hacer brillar los matices de un texto mediante la persuasión de una declamación convincente y una interpretación acorde. Si se tratara de una comedia lopesca algo de esto habría sido deseable.

Resumiendo: si usted es de derechas es probable que le crujan los huesos más de una vez si alcanza a ver la versión de La discreta enamorada de Gustavo Tambascio. Si usted es de izquierdas y le gustan las gamberradas contra la memoria del adversario se soltará sus buenas risotadas en el teatro Infanta Isabel. Pero si usted ama el teatro, me temo que algún lamento recorra sus venas en las dos holgadas horas de representación.

 


Luis Javier Álvarez Garrido
Copyright©alvarezgarrido


TEATRO INFANTA ISABEL
(Aforo 600)
C/Barquillo, 24
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Metro: Banco España y Chueca
Parking: Plaza del Rey y Augusto Figueroa
Telentradas: El Corte Inglés, 902 400 222
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Grupos: www.gruposmedia.com

 

 
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