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Romance de Lobos. Crítica. PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Miércoles, 28 de Abril de 2010 17:32
ROMANCE DE LOBOS
ALEGORÍA DE LA ESPAÑA NÁUFRAGA

[2005-04-17]

Las obras grandes, y Romance de lobos lo es, acaban teniendo varias lecturas.

ROMANCE DE LOBOS

ALEGORÍA DE LA ESPAÑA NÁUFRAGA

Título: Romance de lobos.
Autor: Ramón de Valle-Inclán.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Begoña del Valle-Iturriaga.
Banda sonora: José Antonio Gutiérrez.
Iluminación: Mario Gas y Francisco Ariza.
Producción: Teatro Español
Fotos: Ros Ribas
Diseño de cartel: Miguel Zapata.
Lucha escénica y movimiento: Iñaki Arana.
Montaje de audiovisuales: Henrik M. Feldmann
Intérpretes: Manuel de Blas (don Juan M. montenegro),
Elena Sendón La Roja), Rafael Núñez (Don Galán),
Luís Arrasa Marinero 1º, Mahue Andugar (Dama María,
Paula, la Reina), Yolanda Ulloa (Doña Sabelita),
Rosa Alvárez (Andreiña), Moncho Sánchez-Diezma
(Don Ronzalito), Francisco Matute Poika (Don Pedrito),
José Maya (Don Rosendo), Sergio Macías (Don Farruquiño),
Carlos Moreno (Don Mauro), Luisa Martínez Pazos
(Doña Moncha), Trini Rugero (Benita, la costurera),
Juanma Navas (Abelardo, Manuel Tovío)),
Román S.. Gregory (Marinero 2º, Pedro Abuín)),
Víctor Anciones (El Grumete), Ricardo Vicente
(Marinero 3º, Sebastián de Xogas), Juan Viadas
(Marinero 4º, El Sacristán), Antonio M. M. (El Capellán),
Paco Maestre (El pobre de San Lázaro), Damiá Barbany
(El Tullido de Celtigos), Gloria Villalba (Dominga de Gómez),
Diego Pizarro (El Manco Leonés), Pepe Soto
(El Manco de Godar), Celia Nadal (La Morcega),
Ricardo Solveira (El Morcego), Adela Armengol
(Andreiña la Sorda), Fernando Sansegundo (Fuso Negro),
Resu Morales (La rebola), Alfonso Delgado
(El Ciego de Gonddar), Nuria Gullón (María la Virula),
Raúl Sanz (Oliveros), Patricia Santos (La Recogida),
Carmela Quijano/María Piquer (Floriano, La Huérfana),
y Marga Escudero (Moza Piadosa, La Viuda).

Dramaturgia y dirección: Ángel Facio.

Estreno: Teatro Español, 31-III-2005.





PACO MAESTRE Y MANUEL DE BLAS

Las obras grandes, y Romance de lobos lo es, acaban teniendo varias lecturas. La primera, claro está, la del propio autor. Luego, a medida que transcurre el tiempo, la de los que encuentran aspectos nuevos que aquél no imaginó, lo que viene a certificar su perennidad. Están, por supuesto, las de quienes se ocupan de su puesta en escena. Y, en fin, la de los espectadores y críticos. Valle, refiriéndose a don Juan Manuel Montenegro, le situó entre los hidalgos rancios y dadivosos, amantes de la historia de su linaje y orgullosos de su apellido. Decía que, en medio de un pueblo degradado por la miseria y de una nobleza cortesana alimentada por los privilegios y la adulación, lo mejor eran los secos hidalgos de gotera. En ellos veía correr la sangre más pura, destilada en un filtro de mil años y cien guerras y lamentaba que fueran el residuo de una sociedad de castas a extinguir, la que él conoció de niño y ya nadie podría volver a ver. Culpaba al liberalismo, en su opinión destructor de toda la tradición española e incapaz de comprender el genio del linaje. Valle, al escribir esta desgarrada obra, se proclamó, en un gesto muy suyo, historiador de un mundo que acabó con él. Un mundo español y, más concretamente, gallego.

Los que han opinado sobre las Comedias bárbaras, suelen dejar de lado las referencias localistas, poniendo en duda que la intención del autor fuera hablar de su Galicia natal. Estiman que se sirvió de ella para mostrar una realidad de significación universal. Rivas Cherif las definió como la alegoría mejor lograda de la España náufraga. No faltan interpretaciones tan curiosas como discutibles, como la que ve en el protagonista al hombre condenado por sus pecados, en su esposa María a la madre de Dios y en Sabelita, la pecadora arrepentida, a Eva.
 


MANUL DE BLAS

 

Afortunadamente abundan más las lecturas serias, entre ellas la de quienes ven en Montenegro y los suyos la encarnación de los impulsos elementales del ser humano en un mundo primitivo y amenazador dominado por las más oscuras pulsiones de la carne y del espíritu. De Montenegro se ha dicho que es un ser a la medida del universo, el último con capacidad para asumir la imposible redención  cósmica que es la tarea del hombre. Otros han establecido un paralelismo entre el caballero don Juan Manuel y el rey Lear. Ruiz Ramón lo percibe en el peregrinaje de ambos personajes desposeídos por sus hijos en medio de la noche tempestuosa y, mucho antes, la intuición de Pérez de Ayala le llevó a considerar que el suicidio frustrado de Sabelita en las aguas de un río era un eco del de Ofelia.

En cuanto a los directores que han llevado Romance de lobos a la escena, José Carlos Plaza, que lo hizo hace tres lustros en el CDN, la calificó de aventura mágica, metafísica y mística, de locura espiritual, camino de la salvación hacia no se sabe qué. Ésta y las otras dos piezas que completan la trilogía, que ofreció reunidas en un solo espectáculo, suponían, para él, el cierre de un pasado terrible, pero vivo, sobre un presente más cómodo, pero muerto, y la apertura hacia un futuro desconocido.

Ángel Facio, que ha visto cumplido su viejo sueño de dirigir esta comedia bárbara, está entre los que consideran que el texto de Valle tiene resonancias shakespearianas. Su montaje lo proclama y ha conseguido algo que empezaba a parecer imposible: ver a Valle en el escenario. En él están sus criaturas tal como las imaginamos cuando leemos el libreto. Los que forman parte del pueblo llano y desheredado: mendigos, truhanes, iluminados y tarados; los vástagos del Caballero, último eslabón de una casta de hidalgos condenada a extinguirse, cuyas señas de identidad son la ambición, el crimen, la lujuria y la profanación de lo sagrado y de lo humano; y Montenegro, que, en su viaje hacia la muerte a través de una noche tormentosa, asiste con espanto, mientras busca su redención erigiéndose en padre de los desheredados, al combate de lobos que mantienen los de su camada.

Con este trabajo, Ángel Facio culmina un largo camino que le ha llevado desde el teatro independiente de los años sesenta, del que con Juan Margallo fue guía indiscutible, hasta el escenario de uno de los grandes teatros del país. Para quiénes conocemos su trayectoria, el resultado depara algunas sorpresas, todas gratas. Facio, un devoto de los clásicos –No hay burlas con Calderón, tituló uno de sus espectáculos-, tiene fama de ser poco fiel con los textos que lleva a escena. También de transgresor, cuando nadie lo era, en sus propuestas escénicas, hasta el punto de dar el papel de Bernarda Alba a un actor o de mostrar a Calixto y Melibea desnudos, suspendidos de una red, consumando un imaginario encuentro amoroso con fondo de canto gregoriano. Cualquier locura podía esperarse en esta difícil aventura, y, sin embargo, cuando nuevas hornadas de directores han desbordado sus antiguos atrevimientos, su propuesta rezuma un clasicismo que resultaba necesario.

En el trabajo de dramaturgia previo a la puesta en pie de Romance de lobos ha sido respetuoso con el texto de Valle, limitándose a eliminar algunas reiteraciones que no afectan a lo esencial. No hay en esta ocasión motivos para rasgarse las vestiduras, pues en las diversas ediciones de la obra se detectan ligeras modificaciones. A cambio, hay varios añadidos. En general se trata de frases o situaciones tomadas de Cara de plata y Águila de blasón, que, o bien completan la información sobre determinados personajes, o les restituye el protagonismo que tienen en el conjunto de la trilogía. Tal es el caso de la escena que tiene lugar en un rincón de la iglesia de Flavia-Longa, en la que se incluye un encuentro, que no figura en el original, entre Sabelita, la que fue barragana de Montenegro, y Fuso Negro. Quién tenga interés puede encontrarlo en la segunda jornada de Cara de plata, en la sacristía de otra iglesia. Un acierto es la supresión de las jornadas en las que Valle dividió la obra, convirtiéndola en un único acto que se representa de una vez.

La puesta en escena está presidida por una gigantesca estructura metálica creada por Paco Azorín que es, según la posición que adopta en el escenario, portón de acceso a la casona habitada por doña María, la esposa de Montenegro, caminos y otros lugares de paso, playa y atracadero, canteras que, en la noche, parecen ruinas de castillo, calles angostas y lecho de algas en el fondo de una caverna socavada por el mar. Cuando las imponentes hojas adornadas con tachones dorados se abren, adquiere forma de tríptico que dibuja una sala desmantelada, la alcoba donde murió doña María, la capilla, la cocina y otras estancias de la citada casa hidalga, o la iglesia del pueblo. Pluralidad de espacios soberbiamente iluminados que surgen y desaparecen sin estruendo y sin dificultar el trabajo de los actores. Ejemplo de escenografía digna de un teatro público que sirve al espectáculo que se representa, sin erigirse en protagonista único y molesto.
 

FERNANDO SANSEGUNDO
(FUSO)
En el censo de personajes hay uno indiscutible, que es don Juan Manuel, unos cuantos con papeles importantes y los que componen la inmensa hueste de mendigos. Siendo extensa la nómina, la elección de actores ha sido realizada con rigor, aunque no nos parezca acertada la de Manuel de Blas para interpretar al Caballero. Si su figura responde a la del viejo linajudo, no sucede lo mismo con su voz, que, siendo potente, es esclava de una prosodia insufrible propia de actores de otros tiempos. Entre los personajes con mayor entidad, destaca Fernando Sansegundo, en el que reconocemos al loco Fuso Negro creado por Valle, tan distinto al saltimbanqui que nos han mostrado en otras ocasiones. En el coro de mendigos y entre los criados también se aprecia ese cuidado por contar con buenos profesionales. Varios proceden de Galicia y ponen, en sus parlamentos, el acento del habla de su tierra. Otros, militaron en el teatro independiente,  como el propio Facio. La legión de desheredados se mueve como un grupo compacto. Parece sacado de alguno de los aguafuertes de Goya o de los dibujos de Castelao y, a veces, su disposición en el escenario proporciona imágenes de gran belleza estética. Pero esa homogeneidad no impide que también en su seno se produzcan interpretaciones que merecen ser destacadas, como, por citar una, la de Paco Maestre en la del pobre de San Lázaro.

 

 

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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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