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Doña Rosita la soltera. Reseña 1980. Crítica. PDF Imprimir E-mail
Escrito por Juan Luis Veza   
Martes, 27 de Abril de 2010 17:54
DOÑA ROSITA LA SOLTERA
de FEDERICO G. LORCA

[2005-01-05]

HASTA este año “Doña Rosita” no habla subido a las tablas españolas sino una sola vez, en 1935, encarnada por Margarita Xirgu y con una puesta en escena alentada por el propio autor.



Reseña, septiembre/
Octubre, 1980, nº 145,
pp.19-20

DOÑA ROSITA LA SOLTERA

de FEDERICO G. LORCA

Titulo: Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores.
Autor: Federico Garcla Lorca.
Música: Antón García Abril.
Diseño, vestuario y decorado: Mex Bignens.
Intérpretes: Nuria Espert (Rosita), Encarna Paso (Ama), Carmen Bernardos (tía), José Vivó (tlo), Joaquin Molina (catedrático), Gabriel Llopart (Don Martín), etc.
Dirección: Jorge Lavellh.
Estreno en Madrid: Teatro Maria Guerrero (CDN), septiembre, 1980.

Cartel del estreno
de Margarita Xirgu.
HASTA este año “Doña Rosita” no habla subido a las tablas españolas sino una sola vez, en 1935, encarnada por Margarita Xirgu y con una puesta en escena alentada por el propio autor. Luego fue el silencio. Y en febrero pasado comenzaba una gira por provincias (Canarias. Andalucía. Levante...) que iba a desembocar en septiembre con su presentación en Madrid, abriendo las actividades del teatro María Guerrero. Este estreno casi riguroso llegaba apoyado además por dos nombres de prestigio: Nuria Espert como protagonista, y Jorge Lavelli en la dirección. Lavelli, que no había querido trabajar en nuestro país durante el franquismo, Espert y Lorca constituyen una trilogía bien expresiva; una muestra de lo que querría ser el teatro de la nueva etapa española.

FUERZA DRAMATICA Y POESÍA

Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores, penúltima obra de Lorca, no es probablemente lo mejor de su producción. Pero reúne sin duda interés poético y dramático sobrado para intentar un ambicioso espectáculo. La anécdota central (inspirada por cierto en hechos verídicos) es sencilla y hasta banal: una joven provinciana de fin de siglo se ve alejada de su novio y gasta sus años en una espera que consume su juventud, su esperanza y toda su vida. Pero con esta historia lineal que corre a lo largo de veintiséis años se nos ofrece, y no podría ser menos, el retrato de una sociedad mortecina, que oprime al individuo con el agobio de sus ideas anquilosadas y sus costumbres estereotipadas. Para afianzar este tema como central no debe olvidarse que Doña Rosita no es propiamente engañada; ella sabe antes que nadie toda la verdad. El drama radica en que se ve forzada a fingir ante los demás... Todo Lorca está en esta tensión entre individuo y sociedad, libertad creadora y estereotipo, yo y ellos. Fue su tema preferido: quizá su único tema. Pero así como en sus dramas rurales los acentos son trágicos, de duros contrastes casi expresionistas, en Doña Rosita los tonos son suaves, chejovianos: la anécdota es mínima (no “pasa” nada en escena), pero el drama individual y social se transparenta progresiva y eficazmente. Resulta así que en el fondo de esta cursilería provinciana, de esta mojigatería española, lata un material dramático recio y sugestivo.

Junto al tema capital hay que subrayar otras constantes lorquianas. Como obra de arte “Doña Rosita” encierra varios temas armónicamente trabados y posibilita varios niveles de lectura. Encontramos por ejemplo la preferencia de Lorca por la mujer (La Zapatera, Yerma, Bernarda y sus hijas...), en la que encuentra un pozo inagotable de sensibilidad y una dramática “virilidad”; o la presencia del tiempo como factor primordial (Así que pasen cinco años...); y por supuesto toda la imaginería de su universo poético. En esta ocasión el tema se sintetiza en la imagen de la “rosa mutabile”, que enrojece progresivamente hasta el mediodía, se vuelve blanca en la tarde y al anochecer se deshoja. Doña Rosita es la bella y frustrada flor de un día.

UN BRILLANTE MONTAJE

Con este material literario como punto de partida, y con la holgura de presupuesto que supone trabajar en el Centro Dramático Nacional, Nuria Espert podía afrontar este montaje y realizar un proyecto que sabemos le interesaba desde tiempo atrás. El alto nivel artístico en que suele desenvolverse como actriz y como empresaria hacía concebir fundadas esperanzas. Para este trabajo ha confiado la dirección a Jorge Lavelli, cuyo origen argentino no le ha impedido destacar en los ámbitos teatrales europeos y americanos. A sus órdenes ha colaborado Max Bignens, responsable del vestuario y decorados, consiguiendo un montaje material de gran brillantez. Voy a entrar en seguida en detalles; pero quiero destacar que el público en general parece haber visto con agrado el espectáculo, y seguramente se debe en buena parte a la belleza de la escenografía, que se complace en la transparencia del telón y los muros, la blancura impecable del personal técnico y la robustez de la madera de los armarios, la presencia feliz del invernadero... También es un logro la ilustración musical de García Abril.

OBJECIONES

Sin embargo es fácil oír en los comentarios que el conjunto resulta un poco frío. Y es cierto. Porque el ambiente sugerido más parece nórdico que meridional: altas paredes casi desnudas, vegetación estilizada, puertas vacías... ¿Dónde se quedó Granada? Para un texto que alude constantemente a la Alhambra, el Darro, San Antón o la calle de Elvira, la escenografía parece finlandesa. No hay por qué reproducir Granada, es evidente; pero creo que sí había que sugerirla. En cuanto al vestuario, hermoso en conjunto, presenta ciertas incongruencias menores: exceso de contraste de las Ayolas, convivencia de figurines muy realista con otros más libremente teatrales...

Pero lo menos convincente es la interpretación de la propia Nuria Espert. No se sabe cómo esta apasionada actriz trabaja en esta ocasión de un modo tan exterior, tan sin emoción. Le sobran recursos para salir del paso; pero se limita a salir del paso. ¿Cómo no dice un poco mejor los pocos versos de la obra? ¿Por qué se reitera en ese tonillo que le hace levantar la curva melódica en los finales? Doña Rosita no me ha conmovido ni una sola vez. Y eso me parece grave. No es extraño que la
ovación más sincera del público sea diariamente para Encama Paso, que si bien tiene un papel mucho más fácil y agradecido, se entrega a él de modo mucho más creíble. Del resto destacan Gabriel Llopart y Joaquín Molina en sus breves intervenciones, y el grupo de las solteronas y su madre. Otros nombres, aunque conocidos, no aportan nada de interés.

El tercer capítulo de objeciones es para la dirección. Lavelli parece haberse preocupado por jugar los espacios, y en principio no está mal. Incluso son armoniosos los momentos coreográficos, plásticamente logrados. Pero se le ve la mano con exceso en algunos momentos, como el juego de los sillones de ama y tía, el poner los pies en las sillas, o el incomprensible rodar de Nuria por el suelo... (comprensible en otros montajes; pero no dentro de la estética de esta Doña Rosita). De dirección interior de actores, nada; al menos no se ve sino el marcaje externo de las “mise en scéne”. Por eso quizás el difícil ritmo de una obra con pocos acontecimientos decae más de una vez, y el público lo traduce moviéndose en sus butacas.

Me queda por reseñar una sospecha, ya que no puedo sacar conclusiones de unas breves declaraciones de Lavelli a la prensa y revistas. Me refiero a su visión de Doña Rosita. La primacía que concede al tema del tiempo, o su calificativo de la protagonista como “tontita de la burguesía granadina”, me llevan a disentir de su orientación. Sospecho que no tenemos la misma idea sobre Lorca y su comedia dramática. Puede que sea éste el motivo por el que su montaje, con sus aciertos estéticos y sus ausencias de fondo, me parezca en conjunto brillante, pero equivocado.


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JUAN LUIS VEZA
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