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Los cuernos de Don Friolera. Reseña 1976. Crítica. PDF Imprimir E-mail
Escrito por Francisco Moreno.   
Domingo, 04 de Abril de 2010 08:18

LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA
ACTUALIDAD CRUEL DEL ESPERPENTO

[2008-07-17]

José Tamayo siempre atento a títulos de interés llevó al teatro comercial Los cuernos de Don Friolera.


 

RESEÑA, 1976
NUM. 99 , pp.18 - 19

los cuernos de don friolera
actualidad cruel del esperpento

José Tamayo siempre atento a títulos de interés llevó al teatro comercial Los cuernos de Don Friolera. Fue uno más de los intentos de bucear en el mundo del “esperpento”. Entre los actores se puede descubrir un Inmanol Arias y una Mari Carmen Ramírez, cantante de zarzuela, y que actualmente tanto en cine como en televisión es un rostro familiar.


Título: Los cuernos de don Friolera
Autor: Ramón María del Valle lnclán
Escenografía: Mari Pepa Estrada
lntérpretes: Antonio Garisa, Mari Carmen Ramírez, Juan Diego, Tota Alba, Alfonso Goda. Francisco Portes, Servando Carballar, Carmen Heyman, Laura Musat, Felipe Ruiz de Lara, Imanol Arias, Aparicio Rivero. Esperanza Grases, Julio Oller, José Salvador, Curra Núñez
Dirección: José Tamayo
Estreno en Madrid: Teatro Bellas Artes,
29 septiembre 1976

Mucho se ha polemizado acerca de las especiales características del teatro valleinclanesco que alejan, según algunos, de las tablas a los textos dramáticos de su autor. Para aquéllos, aun no negando la calidad de las piezas del genial escritor, éstas constituirían únicamente un manojo irrepetible de obras maestras del “teatro para ser leído”. Lejos de semejante opinión, hoy aparece unánime no sólo la idea del teatro de Valle como esencialmente visual y “teatral”, sino que se le viene a considerar aglutinante de movimientos, preocupaciones e innovaciones técnicas y estéticas del teatro europeo contemporáneo. Con todo, la clasicidad de Valle, su portentosa personalidad y da asombrosa genialidad de unos textos anal¡zados y vueltos a analizar desde mil ópticas diferentes, remiten a 1a extrema dificultad de su puesta en escena, a la enorme dificultad que supone dotar a la palabra valleinclanes.ca de un armazón escénico que pueda estar a su altura hoy y en este país. No se trata, pues, tan sólo de rendir homenaje o estudio a la obra literaria ni de teorizar acerca del valor del esperpento de manera abstracta, sino, ante todo, de examinar las conexiones de la obra con nuestra: realidad presente y su funcionalidad como instrumento de análisis de esa misma ¡rrealidad.

EL TEXTO.- Un hálito viscoso recorre el aquí y el ahora (pasado y presente) que en Los cuernos de don Friolera se desarrolla. Un aliento trágico que no procede del destino estatuido por los dioses, sino de la infeliz tradición 'pergeñada por la intolerancia y la miseria espirituales, que han ido edificando con enfermiza, recurrencia, interesados dominadores e idiotizados dominados. Esta obra de Valle alza su tablado cruel de ignominia, oscurantismo y maledicencia en un lúcido fresco donde cada uno de los “valores” consagrados por el conservadurismo cerril son primero desvelados de sus ropajes de oropel y ridiculizados después en su desnudez grotesca.

No se trata de la ridiculización por la vía del distorsionamiento de tal o cual lacra de la sociedad española. Se trata de la corrosiva puesta en tela de juicio de todos y cada uno de los “valores indiscutibles” sembrados y germinados en nuestra patria.

La literatura que contribuye a la exaltación del honor sexual sangriento

(Calderón y sus dramas del honor, Echegaray y el Romancero con su recitado maniqueo), la calumnia envidiosa, el honor militar, no son sino extremos que contribuyeron y aún contribuyen al derruimiento de la ética natural y que dan pábulo a la formación de una moral decididamente bipolarizada, propagada no ya sólo entre ,la clase dominante, sino enraizada en el entero cuerpo social.

Es, por tanto, una diana múltiple la perseguida por el dramaturgo, a través de un texto en el que cada frase, cada adjetivo, contribuye en la formación de un artefacto arrojadizo que, además de constituir la exacta representación de la realidad, representa una crítica extremadamente cruel de la antinatural podredumbre social:

«-A don Friolera le ha sido arrojado un anónimo señalando el adulterio de su esposa. El militar llora su desgracia y desamparo. Es consciente de la barbaridad a que le obliga el formulismo, pero se resiste internamente a aceptarla. Finalmente interroga al carabinero que está de guardia.
DON FRIOLERA.- ¿Qué haría usted si le engañase su mujer, Cabo Alegría?
EL CARABINERO.- Mi teniente, matarla como manda Dios” (1)

Ahí anidan las tres caras de esa monstruosa realidad: el honor sexual asumido como privilegió exclusivo, el honor militar que adjetiva como una lacra cada subversión de su moral machista al tiempo que margina el respeto a la libertad humana y la santificación divina de lo que no es sino un estúpido y miserable crimen sin paliativos.

No hacen justicia al escritor gallego quienes pretenden que este esperpento se escribió con la exclusiva finalidad de desmontar el engaño de cierto tipo de composiciones literarias. Tampoco le hacen ningún favor quienes sólo ven en él la crítica deshonor pasional  romántico calderoniano. Aquí campean el antimilitarismo, el pesimismo más arduo, la vida española en su grotesco atavismo moral, en un texto de extremadas complejidades técnicas y estéticas que constituye si no la mejor, una de las obras maestras de Valle - Inclán.

EL MONTAJE.- No se precisa un gran esfuerzo para identificar la rabiosa actualidad de la pieza, la persistencia de ciertas lacras que, si bien con máscaras distintas, siguen arraigadas en el seno de nuestra sociedad. Tampoco se oculta la ingente tarea que supone su escenificación. Tamayo ha pechado con la responsabilidad de ser, además, el suyo el primer montaje que de Los cuernos de don Friolera se lleva a cabo en teatro comercial. Es digno de elogio por lo arriesgado de la empresa y por dar a conocer un texto capital de nuestra literatura. Sin embargo, la representación del esperpento nos ha dejado fríos, vacíos. Ahí está, sí, el formidable texto valleinclanesco que los actores declaman sin omitir una sílaba, pero encontramos que en ninguna manera dicho texto ha sido enriquecido, proyectado, verdaderamente comunicado a los espectadores. La puesta en escena de Tamayo nos ha parecido sumamente desigual. Si el prólogo y el epílogo (visión de los personajes a través de la óptica popular del bululú y de la enfática y mitificadora del romance de ciego) son presentados con gran sobriedad y eficacia, no ocurre Igual en ¡la parte medular de ,la obra (donde los personajes son atacados de frente por su autor) que ondula en una línea de aciertos y errores que termina por destruir la armonía del conjunto.

No pretendemos teorizar acerca de las técnicas de la distorsión ni tampoco de si el arte naif es la forma idónea de vestir este esperpento por muy andaluza y marinera que sea la población en que la historia se desarrolla (que Andalucía también es tétrica no es necesario demostrarlo). Lo que sí encontramos en el conjunto final de la representación es que se nos ha dado un Valle literario, limado de asperezas, un Valle bonito y alegre. Y creemos que Valle nada tiene de bonito o de alegre, aunque en ocasiones la risa sea el vehículo elegido para asestar su lanzazo. Creemos que el fallo principal del montaje está en la dirección de actores. Parece como si Tamayo no se hubiese preocupado más que de encaminar a cada uno de sus actores en un solo registro interpretativo, cuando esa estética de la superación del dolor y la risa en la que se mezclan “la exageración, lo risible, lo absurdo, el horror y la pesadilla más extrema” (son palabras del propio director) requiere un teclado de registros lo más amplio posible.

La actuación de Mary Carmen Ramírez parodiando a las heroínas folletinescas, termina, en su continuo ceñirse a los tópicos que pretende ridiculizar, por caer en los  mismos excesos criticados en su sátira. Juan Diego persiguiendo la risa y el halago del público extrema las posibilidades hilarantes de su personaje y  olvida su faz trágica. Su representación, técnica y corporalmente perfecta, resulta equivocada y gratuita. El trabajo de Garisa destaca, pese a sus invencibles tics, junto a los de Servando Carbailar, Carmen Heyman, Alfonso Goda y Francisco Portes (actores todos que intervienen en el prólogo y epílogo anteriormente citados). Desdibujado y gris el resto del reparto. Los personajes de Los cuernos... no son fantoches en esencia. Existen unas determinadas reglas morales que les obligan, en su indefensión, a su actuación fantochesca. Tamayo ha mostrado los títeres, pero ocultando los hilos que les dirigen. Ver el mundo con la perspectiva de la otra ribera es difícil cuando se elige el arrimo fácil de la tierra firme y segura.


(1) Los cuernos de don Friolera (escena primera)


Francisco Moreno
Copyright©fmoreno

 

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Última actualización el Sábado, 01 de Mayo de 2010 11:58
 
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